jueves, 20 de octubre de 2011

Pía

Pía levantó la cabeza cuando aquel gigantón se le puso al lado. Y tuvo que levantarla mucho porque más de dos metros de altura separaban la cabeza del joven del lejano suelo. Pía sabía que mirar así a un desconocido no estaba bien. Lo sabía porque su abuela se lo había dicho millones de veces. Se lo había dicho cada vez que Pía miraba fijamente a cualquier desconocido en cualquier lugar. A Pía le parecía fascinante observar a las personas que iba encontrando por la calle, en el autobús, en la lechería y en el parque. Y le encantaba imaginar sus vidas, sus miserias, sus vicios, sus gustos...Por eso le fastidiaba que estuviera mal mirar así a la gente. Le parecía injusto. Si una persona tenía cuerpo, cara, ojos, pelo...¿por qué no estaba bien mirarle? De todas formas ya no importaba. Había tantas cosas que Pía hacía mal, según los preceptos de su abuela, que mirar a aquel gigantón no creía que fuese a perturbar a su abuela más de lo que ya estaba.
"Pía no mires tanto a la gente", "Pía no hables sola o todo el mundo creerá que estás loca", "Pía no te muerdas los pellejos de los dedos que tendrás las manos feas" "Pía no te rías con esas carcajadas tan fuertes que asustas a todo el mundo", "Pía no camines tan deprisa que no pareces una señorita"... A decir verdad, según su abuela, Pía debía ser un desastre absoluto. La peor nieta del mundo. La menos femenina entre las jóvenes de su edad y claro, la más loca. Pía sabía que esto no solo lo pensaba su abuela. La mayoría de los vecinos del barrio opinaban que Pía era una joven sin futuro, sin planes, inocente y medio alocada. Pero a Pía, en realidad, todo eso le daba igual. Ahora, lo único que le importaba era mirar al gigantón que se acababa de subir al metro y se había situado a su lado, apoyado contra la puerta mientras leía distraído un libro. "Claro" pensó Pía "Debe pesar mucho y por eso se apoya, además, será difícil mantener el equilibrio con toda esa altura". A Pía le entraron ganas de preguntarle al gigantón si no se mareaba de estar tan alto allí arriba. Ella tenía cierta aprensión a la altura, casi vértigo y se dijo a si misma que si alguien tuviese la mala fortuna de nacer con vértigo y con esa altura su vida podría llegar a ser un infierno. Y ¿qué hacer en ese caso? Uno podría pasar casi todo el día acostado, pero la vida entonces sería aburrida, sin apenas poder hacer nada. Poco podría hacerse por alguien tan desgraciado que vería la vida pasar allá abajo sin que nadie contara con él, todo desde aquel altísimo balcón. Eso sería como la vez en la que ella se rompió una pierna y tuvo que ver las fiestas de su pueblo desde el balcón de su tía Lola. Vió a sus primos disfrutando de la fiesta mientras que ella solo miraba. Aquel día se sintió alegre por sus primos pero triste por ella. Y entonces sin quererlo notó como una lágrima le brotaba de repente. La sintió caliente, en su lagrimal, como avisándole de que estaba preparada para lanzarse al exterior y rodar por su mejilla. Pero Pía, reaccionando, no la dejó salir. La contuvo dentro de su ojo, parpadeó y la empujó hacia dentro porque no quería que el gigantón, ni nadie del metro, la vieran llorando por algo que solo estaba imaginando. ¿Qué diría si el gigante le preguntaba por qué lloraba? No podía decirle "Lloró porque te imagino viviendo tu vida desde tu balcón sin estar en la fiesta con tus primos". Probablemente el gigantón o no la entendería o pensaría que estaba loca. Y no le faltaría razón. Casi todo el mundo decía que estaba loca. Su abuela, los vecinos y hasta el dueño de la lechería que le dijo que no razonaba el día que Pía le sugirió que regalara un bote de leche al mes al señor de la barba que dormía en el hueco del garaje de al lado. Pía creyó que al dueño de la lechería le daría igual un bote más o menos de leche al mes y que, a cambió, el señor del garaje estaría mucho más contento y no perdería los pocos dientes que le quedaban gracias al calcio de la leche. Pero el lechero la sacó de su error. Así que, por consenso, estaba bastante claro que Pía "no carburaba bien" como decía el mecánico del garaje en cuyo hueco dormía el señor de la barba. En cualquier caso a Pía le daba igual. No pensaba que estar loca fuera tan malo, al fin y al cabo. Ella se encontraba bien, no tenía dolores, no le molestaba nada y no se sentía triste. En realidad pensaba que había mucha gente del barrio a la que ella conocía y que padecían dolores, reuma o depresión a los que les iría mucho mejor estar locos, a su entender.
Pía dejó estas divagaciones y volvió a observar al gigantón. Lo que más llamaba su atención era la delgadez de aquel hombre, cuyos dedos, al sujetar el libro que leía, parecían las ramas de un árbol antiguo. Pía miró su cabeza. Era afilada y lucía una melena lisa y desgreñada, algo grasienta, que caía lacia y en largos mechones enmarcando su cara, casi ocultándola, de hecho. Pía pensó en las lianas de los árboles que había visto en una foto de una pequeña isla de China. La foto tenía un nombre en un lateral "Gulang Yu". En ella se veía una calle ascendente y en cuyos lados del camino se ergían pequeñas casitas de adobe y ladrillo. Entre ellas unos enormes árboles dejaban caer inmensas lianas que casi tocaban el suelo. Pía no sabía de qué árboles se trataba ni cuántos años debían tener para alcanzar esas dimensiones pero sabía, por las clases de Ciencias Naturales que había dado en la escuela de pequeña, que para que un árbol fuera tan alto debía haber vivido mucho, más de cien años. Y cuando Pía volvió a observar la cara del gigantón pensó que, aunque aquel hombre tenía la cara de un muchacho de apenas 20 años, en realidad debía tener más de cien y que, probablamente, lo ocultaría, porque nadie le creería, nadie, al menos, que no supiera, como ella, que para ser tan alto, hacía falta vivir, como mínimo, cien años.

1 comentario:

  1. Hola Carol
    Hoy sólo vengo a presentarme. He hecho un nuevo blog y quería invitarte para compartir contigo, si te parece bien.
    Aún no tengo amigos, jajaja, ando solo por el mundo todavía. Así que si te gusta también tendrás un nuevo amigo.

    Saludos,
    Jacob K

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