domingo, 25 de septiembre de 2011

BRAULIO III
Braulio III no sabía cuánto tiempo llevaba coleccionando minutos. Lo hacía desde que tenía memoria, o eso creía. Los archivaba cuidadosamente en sus libros de contabilidad de la relojeria para repasarlos cada noche, como el contable revisa sus cuentas. En realidad no sabía hacer otra cosa que sumar esos minutos. Hubo un tiempo en el que se dedicó a regalarlos. Cada vez que un nuevo cliente llegaba a su relojería Braulio III añadía un minuto al reloj de pulsera, despertador o reloj de pared que el cliente adquiría. De esta forma se sentía feliz y compartía su pasión con los demás. Los clientes, al salir, no sabían que, con su reloj, habían adquirido también un tiempo extra. A la mayoría luego no les extrañaba que a partir de ese momento nunca más llegaran tarde, nunca perdieran el autobús, les diera tiempo a terminar el trabajo que debían presentar, tuviesen tiempo de despedirse de sus parientes cuando morían y estuviesen presentes en el parto de sus hijos, sobrinos y nietos. Alguna vez, alguna madre, marido o pariente había dicho a la persona en concreto "hay que ver qué falta te hacía ese reloj, porque desde que lo compraste nunca más has vuelto a llegar tarde a ningún sitio". Pero en realidad no había sido el reloj. Había sido el tiempo que Braulio III había añadido de forma altruista a esos relojes.
Pero un día las cosas cambiaron. En aquella época Braulio III era un joven apuesto y atractivo. Alto y espigado como su abuelo Braulio, había heredado los ojos claros de su madre y el carácter taciturno de su padre pero tenía algo en su espíritu que realmente no pasaba desapercibido entre la gente. Un día ella entró a la tienda. Se llamaba Rosauradora y era realmente hermosa. Sus cabellos ondulados y dorados se desparramaban por su espalda como una cascada de oro líquido. Su piel era clara y luminosa como la de un amanecer frío y sus ojos, tan azules y tan claros que casi parecían transparentes, eran hipnotizadores. Rosauradora tenía los labios esponjosos y rosados y sus dientes eran como perlas perfectas. Ni siquiera había abierto la boca cuando Braulio III había caído profundamente enamorado de ella.
Rosauradora quería un reloj de pulsera, uno pequeño y con correa rosada. La esfera era refinada, dorada como su pelo y los números, en color negro, eran pequeños y estilizados. Braulio III le regaló el reloj y puso en él varios minutos extra.
Rosauradora se marchó feliz por el regalo pero sin darse cuenta del tiempo que acababa de regalarle aquel joven tan extraño....


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